Efecto Dunning-Kruger

En estos días de confinamiento en casa, muchas personas de alguna forma buscan excusas para no cumplir con los lineamientos de salud publica ante la pandemia actual que nos aqueja a todos a nivel mundial.

En las diversas redes sociales, se ven diariamente publicaciones haciendo referencia a «las mentiras» de la enfermedad, así como un sin número de vídeos dónde explican las teorías conspirativas de los gobiernos «del nuevo orden mundial» para eliminar una gran parte de la población considerada «débil» y por ende un cargo a las economías de los gobiernos.

Es decir, en estas teorías, los gobiernos quieren que sobrevivan solamente las personas más fuertes, aunque en mi lógica personal, si quisiera someter un grupo de personas, optaría por lo inverso, quedarme con los débiles para someterlos de manera más fácil. 

Todo esto que menciono viene en referencia a un estudio que recuerdo que podría explicar toda esta situación, denominado «Efecto Dunning-Kruger».

¿Te crees más inteligente que la media? ¿Conduces mejor que los demás? ¿Tus habilidades gastronómicas son superiores a las de tus familiares o amigos? ¿Eres mejor en tu trabajo que tus compañeros? ¿Te consideras un buen jugador de ajedrez? Si tus afirmaciones han sido correctas mi más cordial enhorabuena, eres una de los millones de personas en el mundo que sufre el «efecto de Dunning-Kruger».

A todos los seres humanos nos cuesta evaluar de forma objetiva nuestras propias habilidades y, de forma paradójica, cuanto menos sabemos sobre una materia, más expertos nos creemos.

Para que comprendamos la magnitud del problema, en una encuesta, más del noventa por ciento de los preguntados afirmó estar familiarizado con términos biológicos inexistentes como «bio-sexual», «retroplex» o «meta-toxinas».

Un binomio peligroso: estupidez y vanidad. Se trata de un sesgo cognitivo descubierto a partir de una serie de experimentos que realizaron Justin Kruger David Dunning, de la Universidad de Cornell (Nueva York, Estados Unidos) a finales de la década de los noventa del siglo pasado y que fueron publicados hace justamente veinte años en la revista «Journal of Personality and Social Psychology».

Estos científicos demostraron que los encuestados más brillantes estimaban que estaban por debajo de la media; los menos dotados y más inútiles estaban convencidos de estar entre los mejores y los mediocres se consideraban por encima de la media.

El patrón cognitivo de estas personas –incompetentes e inconscientes de su incompetencia- no sólo se confirma en pruebas abstractas de laboratorio sino que es extrapolable a situaciones reales (ética, inteligencia, capacidad para jugar al ajedrez, ortografía, gramática, etc.). Su cerebro está inundado de intuiciones, corazonadas, sesgos e ideas preconcebidas que se anteponen al conocimiento, fabulando teorías que las hacen presuponer que tienen un conocimiento fiable.

Obviamente imposible, según un estudio casi el ochenta y ocho por ciento de los conductores estadounidenses afirma conducir mejor que la media. Matemáticamente esta tesis es obviamente imposible, en sí misma es una transgresión de las leyes de las matemáticas.

En el año 2012 se dio a conocer los resultados de otro estudio que señalaba que el veintitrés por ciento de los estadounidenses que se habían declarado en quiebra económica se había puesto previamente la máxima nota en conocimientos financieros. Todavía fueron más lejos los resultados de una encuesta que se realizó en una empresa de programadores, en donde el treinta por ciento de los mismos creían encontrarse en el percentil noventa y cinco.

No deja de ser curioso que este efecto sea propio de las sociedades occidentales, ya que cuando los investigadores han tratado de replicarlo en países asiáticos los resultados han sido, curiosamente, diametralmente opuestos.

A estas alturas de la lectura, sabrás porque referí la pandemia actual y las redes sociales, ya que ese ejército de expertos pandemiologos que hay en redes sociales, estadistas, economistas, historiadores, politicos y una lista interminable, son quienes desde su casa y detrás de una pantalla nos llevarán a la salvación llevando en contra la experiencia de los que son realmente expertos en sus áreas. Detengamonos un momento y analicemos nuestro actuar personal y sobre todo, en el tipo de educación que le damos a nuestros hijos y quizás de esa forma podamos aprender algo de las culturas orientales y ser más realistas a nuestra capacidad.

Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse. François de La Rochefoucauld 

La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento. Charles Darwin

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